Por Miguel Manrique
De aquel corralón que alguna vez fue la Plaza Alfonso López, donde las casas de bahareque y las calles empedradas reflejaban la esencia de nuestro Valle de Upar, hoy sólo quedan las memorias, atesoradas en las canciones de nuestros juglares. Valledupar se proyecta ante el mundo como un destino imperdible, con su patrimonio cultural, su música, y sus paisajes únicos. Pero ¿qué tan preparados estamos los vallenatos para recibir a quienes nos visitan? Como hijo adoptivo de esta ciudad, me veo en la necesidad de plantearnos esta pregunta.
La reciente inauguración del Parque de la Vida, un bosque seco tropical en pleno corazón de Valledupar, nos ha dejado más de una lección. Aunque representa un avance en términos de infraestructura y espacios para la comunidad, la falta de civismo y cultura ciudadana se hace evidente entre sus visitantes. Sin distinción de edad, muchos residentes parecen desconocer el respeto por los espacios comunes: niños y jóvenes trepan en las esculturas como si fueran columpios, mientras que sus padres observan sin corregir, sin inculcarles el respeto necesario. ¿Cómo podemos pedir civismo si no hemos sembrado sus semillas?
Es importante aquí diferenciar entre civismo y cultura ciudadana, términos que suelen usarse de manera indistinta pero que, en esencia, apuntan a valores distintos. El civismo abarca el respeto y el conocimiento de normas básicas de convivencia; es la disposición de cada individuo a comportarse de manera adecuada en el espacio público, comprendiendo su responsabilidad como miembro de una comunidad. La cultura ciudadana, en cambio, representa la aplicación consciente y práctica de esos valores y normas en el día a día. Es, en otras palabras, la puesta en acción del civismo mediante comportamientos que reflejen respeto hacia los demás y hacia los espacios comunes.
Lo vemos en los problemas que enfrentamos en el uso de la cicloruta del parque: los visitantes, en lugar de entender su propósito, la utilizan como si fuera una senda peatonal, obstruyendo el paso de ciclistas y generando conflictos. Es una situación que nos obliga a cuestionar, ¿qué imagen ofrecemos a quienes llegan de otras partes del mundo y se encuentran con una ciudad tan rica en cultura, pero carente de los comportamientos cívicos que tal riqueza merece?
El desarrollo estructural y turístico es fundamental, pero debe ir acompañado de un desarrollo cultural que incluya el respeto y el amor por lo que es nuestro. Valledupar no necesita solamente más infraestructura; necesita más civismo y una cultura ciudadana que respalde la belleza que la caracteriza.
Es desde el hogar donde podemos empezar a trabajar para solucionar esta problemática. A padres, madres y cuidadores les corresponde enseñar a sus hijos desde pequeños el valor de cuidar y respetar lo que es de todos. Los espacios públicos deben ser tratados como extensiones de nuestra casa, como sitios que amamos y valoramos. Inculcar en las nuevas generaciones que el respeto hacia los demás y el cuidado del entorno común son parte de lo que significa ser vallenato, de lo que significa pertenecer a esta tierra.
Así, como ciudadanos conscientes, podemos dar el ejemplo y empezar a construir una Valledupar que no solo sea atractiva para el visitante, sino también un lugar que inspire respeto y orgullo en quienes la habitan. Desde nuestras casas, sembrando civismo y cultivando cultura ciudadana, lograremos que nuestra ciudad sea verdaderamente digna de admiración.