El culto a la apariencia física

Por Walter Riso/ Psicólogo Clínico

El aspecto corporal se ha vuelto una obsesión supremamente peligrosa. Y no solo me refiero a la belleza en sí, sino a la necesidad creada de mantener determinada proporción talla-peso. Bajar de peso y el control de calorías ha reemplazado la inteligencia, la sensibilidad y los encantos histriónicos de toda buena conquista. Las dimensiones exteriores son más importantes que la esencia, o peor, son su esencia.

La belleza es un valor innegable en la valoración humana. La capilla Sixtina, el Don Quijote, la Venus de Milo, un bello rostro, una voz prodigiosa, la armonía, la simetría y el equilibrio exquisito, generan un efecto cuasi trascendente. No cabe duda, la capacidad de embelesarse es uno de los factores que nos hace humanos. La hermosura jamás pasa desapercibida.

Pero una cosa es la apreciación estética y otra muy distinta la compulsión por la silueta. El culto a la “flacura” ha creado dos alteraciones tristemente célebres: la anorexia y la bulimia. La primera se caracteriza por una gran distorsión de la imagen corporal, miedo a engordar y una pérdida deliberada de peso, a veces hasta la inanición. La segunda está referida a episodios incontrolables de ingestión exagerada de alimentos (atracones), seguidos de autoinducción de vómitos o utilización de laxantes.

Las estadísticas al respecto son alarmantes. El 90% de las personas que padecen estas enfermedades son mujeres occidentales. Cinco millones de norteamericanos sufren  de alguna alteración de la conducta alimentaria y mil mujeres fallecen cada año en ese país por anorexia nerviosa. En general, la frecuencia de anorexia ha estado aumentado considerablemente y se cree que entre el 1 y el 5% de la población de mujeres adolescentes sufren del trastorno. En lo que respecta a la bulimia, el 3% de la población femenina la padece (algunos estudios hablan del 19%). Aunque es más probable su ocurrencia en la adolescencia tardía, se han detectado casos desde los ocho años de edad.

¿Qué está pasando? ¿Qué es lo que puede llevar un ser humano a reducir su autoestima al número de “gordos”, a la “celulitis” o las “estrías”? Nuestras adolescentes no se preocupan tanto por el tamaño de la nariz, la forma de la cara o el pelo, como por la cantidad de grasa. Una niña de doce años, bastante flaca, expresaba así su fantasía morfológica: “Sería la mujer más feliz del mundo si tuviera las clavículas más salidas…  Si estos huesos se me notaran más, me encantaría… Me gustaría verme como una de esas modelos africanas que son puro hueso y piel». El estilo famélico, ojeroso, demacrado, esquelético y “draculiano”, es un anhelo difícil de entender. Es fuente de envidia en otras mujeres y no tan imprescindible para los varones. ¿Para quién adelgazan las mujeres: para ellas o para ellos?

Muchas madres no se explican porque sus hijas sufren de semejante mal, si ellas no han dado mal ejemplo. Solamente van al gimnasio todos los días, asisten a la dietista con relativa frecuencia, se quejan de su gordura antes y después de vacaciones, van donde la mesoterapeuta y se alegran de sobremanera cuando bajan unos gramos. Además, vigilan el consumo alimentario de sus hijas de manera constante y le recomiendan ropa de color negro porque disimula el sobrepeso.

La anorexia y la bulimia son producto de un sistema decadente. De una sociedad super consumista que ha logrado fabricar aspiraciones frívolas y cada vez más artificiales. Al igual que la drogadicción y el comportamiento antisocial, el culto a la apariencia física no es otra cosa que la manifestación de una crisis generalizada de valores.

Aunque no quepa en la mente de muchas niñas adolescentes, la belleza es una actitud. Si te sientes linda, serás hermosa. Tu autoestima vale más que tu autoimagen, porque eres mucho más que una figura. Y no importa lo que digan los expertos o los explotadores de la belleza, la gente vale por lo que es y no por su anatomía.

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