Por Juan Rincón Vanegas
@juanrinconv
El día jueves primero de agosto de 1940 nació en Valledupar Consuelo Inés Araujonoguera, la hija de Santander Araújo Maestre y Blanca Noguera Cotes, quien desde muy joven se marcó el camino a seguir, enrumbándose por la música vallenata que investigó, escribió y llevó a lugares jamás pensados.
Al recordar esta fecha cuando ‘La Cacica’ llegó al mundo hace 84 años, su hija María Mercedes Molina Araújo, atrapó en su memoria esas añoranzas donde la protagonista fue su mamá. “Tengo muy gratos recuerdos, específicamente sobre su capacidad de resiliencia. Era una persona que no se amilanaba ante la adversidad porque siempre miró el futuro con optimismo y perseverancia. Eso no los impregnó a nosotros sus hijos”.
Aunque la mayoría conoció a Consuelo Araujonoguera metida de lleno en el Festival de la Leyenda Vallenata y en el periodismo, ella la definió desde su hogar. “Mi mamá fue una mujer organizada y hogareña. Le gustaba arreglar el jardín, donde tenía un rosal y hasta estudió e investigó sobre la materia. Disfrutaba los ambientes de su casa, la cocina y remendaba la ropa. Se preocupó porque tuviéramos todo lo necesario para vivir cómodamente, sin exageración y lujos más allá de los necesarios”.
De igual manera señaló que Consuelo Araujonoguera, era muy centrada y llena de virtudes. “Definitivamente fue una madre estricta y celosa que imagino quería me casara con un príncipe. No le gustó ninguno de mis enamorados, pero luego conciliamos y finalmente fuimos buenas amigas. Al pasar el tiempo tuve mi primer hijo, Juan Felipe Cerchiaro Molina, que también fue su primer nieto a quien ella le dedicó una ‘Carta Vallenata’ en El Espectador”.
María Mercedes, continuó con su relato. “Cuando eso sucedió ella cambió y le conocí una faceta amorosa que desconocía. Una vez le comenté que violaba con su nieto todo lo que no permitió con nosotros los hijos, y me respondió con algo maravilloso. «Es que la obligación de criarlos es tuya y la de malcriarlos mía». Soberana enseñanza.
Hija bohemia
A María Mercedes, Consuelo Araujonoguera la llamaba la hija bohemia. Ella al respecto indicó. “Aprendí a leer con mi papá, Hernando Molina Céspedes, quien era un excelente lector. La primera poesía que me aprendí fue a la edad de ocho años. Recuerdo que decía. «La princesa está triste, que tendrá la princesa. Los suspiros escapan de su boca de fresa«. Me gustaba mucho la literatura, y en ese proceso aprendí a escribir versos y poesías. Mi mamá me descubrió el cuaderno y me animó a escribir. Por eso me decía la hija bohemia, porque tenía ese deleite por la escritura”.
Estando en eso de las poesías, a su casa con motivo del Festival de la Leyenda Vallenata llegó Gabriel García Márquez, y ella pudo platicar sobre literatura. “Le estuve preguntando sobre ‘Cien años de soledad’, un libro fascinante, y me respondió que quiso escribir todo lo que conocía de su propio abuelo enmarcado en diversos personajes. Eso me recordó a mi abuelo paterno, Hernando Molina Maestre, quien todas las tardes se sentaba en la puerta de la casa a fumar tabaco y me contaba cuando el hoy departamento del Cesar, era el Magdalena Grande”.
La charla amena continuó y María Mercedes quiso describir a ‘La Cacica’, festivalera. “Mi mamá amó tanto al Festival de la Leyenda Vallenata que nos sacrificaba. Cuando llegaba visita a la casa nos enviaban a nosotros sus hijos para la finca, porque teníamos que ceder los cuartos. Ella fue una mujer de mucha visión, que en su corazón y en el interior de su alma estaba la idea de que la música vallenata transcendiera, cosa que estamos viviendo”.
Al cerrar el capítulo festivalero añadió. “Nosotros seguimos defendiendo al Festival de la Leyenda Vallenata porque vimos como nuestros padres le apostaron a ese lindo proyecto, al lado de Alfonso López Michelsen, Rafael Escalona y un grupo de amigos. Después, mi mamá se lo echó al hombro y eso lo reconocen todos. Hoy Valledupar, es conocido por el Festival Vallenato”.
Extraño todo
Cuando la charla estaba llegando al final se le preguntó a María Mercedes Molina Araújo, sobre lo que más extrañaba de su mamá. De inmediato contestó. “Todo”. Con su respuesta la entrevista terminó y florecieron las añoranzas de la mujer que pasó por la vida dejando una inmensa huella en distintos campos. ‘La Cacica’, sigue siendo esa hija irrepetible de Valledupar, y que además quiso borrar una palabra del idioma español, “Hubiera”, al considerarla derrotista.
Los recuerdos continuaban volando y aterrizaron aquella vez cuando se llevó a cabo la celebración de su último cumpleaños, el primero de agosto de 2001. A la hora de la felicitación Consuelo Araujonoguera agradeció el detalle. Enseguida, abrió su famosa libreta de apuntes y leyó apartes del poema ‘¿Qué cuántos años tengo?’, de la autoría del portugués José de Sousa Saramago.
“Frecuentemente me preguntan qué cuántos años tengo… ¡Qué importa eso! Tengo la edad que quiero y siento. La edad en que puedo gritar sin miedo lo que pienso. Hacer lo que deseo, sin miedo al fracaso, o lo desconocido. Tengo la experiencia de los años vividos y la fuerza de la convicción de mis deseos.
¡Qué importa cuántos años tengo! No quiero pensar en ello. Unos dicen que ya soy vieja y otros que estoy en el apogeo. Pero no es la edad que tengo, ni lo que la gente dice, sino lo que mi corazón siente y mi cerebro dicte. Tengo los años necesarios para gritar lo que pienso, para hacer lo que quiero, para reconocer yerros viejos, rectificar caminos y atesorar éxitos”.
Al terminar de leer la aplaudieron, y hoy la siguen llorando porque ya no importan los años que tenga, porque sin compasión le truncaron sus sueños, teniendo ella todavía un bello camino por recorrer en medio del legendario canto. “Este es el amor, amor, el amor que me divierte. Cuando estoy en la parranda, no me acuerdo de la muerte”.